lunes, mayo 30, 2016

Riflessioni prima e durante il mio regalo

Immagino che per te un libro è il regalo ovvio e ne avrai migliaia e te ne regaleranno ancora di più e allora io arriverò con qualcosa che tu ad ogni modo avrai già letto e mi guarderai e dirai o Nico, che carino, con quella faccia inconfondibile di chi riceve un regalo che ha già, e penserai spero che non si metta a frugare nella biblioteca perché guarda se lo trova e poi tace e io lo saprò che l'ha trovato ma farò finta di niente, ecco passatemi quel bicchiere lì, oppure ti metterai a pensare boia perché non ha portato la busta così cerco di cambiarlo per un altro, adesso non mi viene niente in mente ma quel libro di quell'ungherese forse ce l'avranno ma ce l'avranno dove se alla fine non so che libreria sia, la madonna adesso gli dico o Nico ma guarda che questo ce l'ho, non è che no meglio non gli dico niente, dove sarà il mio bicchiereccolo qua, meno male che hanno spento le luci e cominciano a cantare tanti auguri, coro di angioletti stonati, quanto gli voglio bene.

domingo, marzo 20, 2016

Tozzi

A esta altura, es innegable que Tozzi esconde algo.
No solamente lo sabe Mary, lo sabe Jean-Claude y lo sé yo, sino que (por lo que entiendo) Tozzi sabe o imagina que sabemos.

No puedo compartirlo con el jefe porque Tozzi es como su hijo, pero esta tarde el idiota estaba muy nervioso. Es tan básico que no puede disimular, tiembla, de hecho hoy se le cayó el vaso de cerveza al piso y la explosión nos ensució a todos, como un presagio de lo que está por suceder. Pero no logro encontrarle nada sobre lo que echar luz, Tozzi es muy precavido.
Jean-Claude dijo que buscaría mejor, pero Tozzi es muy listo, puede estar en diferentes lugares a la vez, y Jean-Claude es el más predecible de todos, siempre sabemos lo que está pensando o lo que va a decir, así que es probable que Tozzi sepa que el torpe de Jean-Claude lo está espiando. Es más, quizás Tozzi espiaba o espía a Jean-Claude desde antes.


Tozzi mantuvo su línea y nadie pudo encontrarle nada, ni siquiera Mary, a pesar de haberse acostado con él durante meses. Ni un papel, una palabra a destiempo, un delator balbuceo entre sueños.
Jean-Claude apareció sin vida en un hotel del interior.

Mary aseguró haber estado con Tozzi esa noche.

domingo, enero 24, 2016

Brevísimo comentario sobre algunos de mis dedos

Si bien necesito todos mis dedos, a los que amo en veinteavos iguales, mis preferidos son los de las manos y, dentro de estos, los anulares.
Sin reparar en su funcionalidad, ya que todos los de las manos (no hablaré de los que no encuentro en mis manos) cumplen su rol satisfactoriamente -especialmente cuando tengo que sonar la guitarra o el pianoforte, o alguien me dice "ay pero qué manos de pianista" y yo en silencio le digo que bueno, que por más baladas que toque son manos de lector-, encuentro en los otros ocho algún aspecto perfeccionable desde lo estético. Mas en mi anular izquierdo, ¡ah!... es tan expresivo que si pudiera llorar o recitar Whitman me daría exactamente the same.
Por no hablar del derecho, que guarda una simetría tan simétrica que a veces me parece tener un espejo en las manos, donde mis anulares se confunden en una fusión eterna. O, bueno, quizás no tan eterna (lo eterno tampoco dura tanto, lo sabe cualquier enamorado), porque en el trance se me ocurre mover alguno de los dos, ya no sé cuál, y entonces creo volver a distinguirlos.

Mis dedos anulares, con sus uñas cortadas en el día de la fecha, se presentan con elegante discreción, como un alumno de aseo impecable en la década del cuarenta, mueven sus falanges falanginas falangetas a mi total merced, y yo los admiro maldiciendo este nombre que nuestro limitado idioma les ha dado: anular.
Anular, un verbo espantoso, porque no me van a decir que anular es un sustantivo; es un verbo horrible, que no tiene que ver con mis distinguidos [anulares].
La abominable etimología corresponde a los anillos, se dice anular por ser el dedo en el que van los anillos. En mi caso, no necesito embellecer mis, llamémoslos, dedos-de-al-lado-del-meñique porque aquella empresa es imposible. Naturalmente, es por esto que no pienso casarme o, si lo hago, llevaré la alianza en el pulgar o en la nariz, un esposo cerdito, con tal de no molestar la eufonía de mis dedos, de esos dedos, que no necesitan nada.

Espero que el inmediato análisis de las extremidades de vuestras extremidades, que no dudo y que no dedo ya habréis hecho, indique que estáis en armonía con vuestros (no quiero repetir ese nombre, pero ya saben, el verbo) como estoy yo con los míos.

domingo, diciembre 21, 2014

Lo que más me gusta

Los caminos que más me gustan son los que no tomo.

Lo más lindo del daytime son las estrellas que se preparan en sus camarines para brillar a la noche, la luna que duerme con los serenos de los edificios y con los que salen entresemana.


Las mujeres que más me gustan son las que no veo.


Los errores más bonitos, los más perfectos, los mejores errores, son aquellos, los pocos que no cometo.

Mis mejores partidos no son los que gano por una diferencia de cinco goles ni con uno sofocado en el minuto mil; mis mejores partidos son los que no juego.


Lo que más me gusta de irme es volver.

lunes, diciembre 15, 2014

Muñeca

 Muñeca
diseñadora de viajes,
de la vida propia
  y ajenas

      Solcito
que en invierno brilla más
brilla
   mejor

      Amiga
refugio casi colorado
chica de barrio
Belgrano y Termini
   los hacés
                 vos.

viernes, octubre 10, 2014

Penal relatado en tres actos

I
            Sinatti entró por la izquierda, cuerpeó al seis con inesperada decisión y, por suerte (porque no sabía muy bien cómo resolver, Sinatti no sabe definir), alguien que no supo quién fue le pateó el talón. Sinatti cayó en plena área sin siquiera exagerar, porque es defensor y no tiene la astucia de los delanteros. De todos modos, Manríquez pitó inmediatamente.
         Claro penal.


         Mariana encontró la nota y contuvo la respiración.
         "Laura tenía razón. El que busca, encuentra", pensó mientras volvía a dejar el papel en el saco de Pablo, prolijamente doblado en el bolsillo superior.
Cortó las cebollas y las puso a freír en la sartén. Agregó unas rodajas de pan, que toman un gusto especial cuando se cocinan en cebolla y aceite.
Sonó el teléfono y Mariana fue a responder, limpiándose las manos con el repasador en el pasillo. Era Laura. Mariana dijo que estaba cocinando y que se verían el domingo.

         Volvió al calor y destapó una botella de malbec. El ruido de las cebollas y el pan en el aceite la hizo pensar en eso que sale de los vinilos antes de la canción, e imaginarse que desde la sartén saldría algún Lou Reed la llevó a olvidarse del resto y tararear algo durante dos o tres minutos. Después de todo, la sartén también es redonda y negra.
         Peló las papas, las puso a hervir y comenzó a rebozar las milanesas, con ajo y perejil.

         Cuando estaba abriendo el horno oyó la cerradura, dos pasos y la puerta que volvía a cerrarse. Lou Reed no cantaba desde hacía veinte minutos.

         Pablo comía y Mariana, que tenía (y tiene) un máster en Comunicación, no sabía cómo poner el tema sobre la mesa, entre los platos, la botella y el salero. Mariana se sintió fuera de su lugar, otra vez, y pensó en que debía haber estudiado psicología, o haber hecho tiro al blanco.

- Debería haber estudiado psicología.
- ¿Y eso?
- No, nada.

         Mariana se comió el último pan con aceite y sabor a cebolla, se levantó y al volver a la cocina puso el papelito abierto sobre la milanesa que Pablo tenía en su plato.

                                                    II
                                                      

         Tácitamente, diez hombres le concedieron a Marlone la tensión de servir la número cinco en el plato de postre. Esteban Marlone se puso las manos en la cintura y levantó la mirada. Ocho mil personas insultándolo del otro lado del muro de alambre, y frente a él el flacucho Berder, que se había acercado a molestarlo cuando Manríquez lo mandó de vuelta al arco. "La vas a mandar a la mierda", aseguró Berder.

        
         Paula se levantó tarde, se duchó y logró llegar al jardín con diez minutos de retraso. Tomó un café con la directora y la maestra de la salita verde, y poco después comenzaron a llegar los chicos.

         Cantaron una canción de María Elena Walsh y la representaron. Paula escuchaba esa canción cuando era chica y le gustaba mucho ver cómo los niños actuaban lo que decía la letra. Se sentía verdaderamente útil, y esperaba que sus chicos pudieran hacer lo mismo que estaba haciendo ella dentro de quince o veinticinco años.
        
         Hablaron de los transportes, cada uno dijo cómo llegaba al jardín a la mañana y cómo se imaginaba que sería venir en otro medio: los que venían en auto nunca se habían tomado un tren.

         Después, hicieron un collage representando a la familia: cada nene hacía el suyo, en cinco grupos de cuatro. Hasta que Paula notó un problema entre Cristian y Agustín. Se acercó y preguntó qué pasaba.

- ¡Cristian acaba de agregar a Julieta en el collage de su familia!, reprochó Agustín.
- ¿Y por qué la agregaste, Cristian?, preguntó Paula.
- ¡Es mi novia, Julieta!, volvió a reprochar Agustín.

- La agregué porque ayer vos dijiste que nada era para siempre y cuando yo sea más grande, Julieta va a ser novia mía y no de Agustín.



         Julieta los escuchaba, en silencio, mientras le ponía Voligoma a una figura y la pegaba en su collage.


 III

         Marlone está mirando el planeta de cuero cosido, donde se concentra todo.
         Piensa en dejar el fútbol cuando termine el torneo, irse a vivir al campo. Aceptar el pedido de Paula y tener hijos - de otra manera, no pasará mucho tiempo hasta que Paula encuentre algún joven profesional que se los prometa, y quizás hasta se los cumpla, y entonces Marlone volverá a la depresión. Está decidido, me voy al campo y tengo hijos con Paula. No, Paula estará hablando con alguien. Esta misma noche se lo digo.

         Marlone, que iba a tirar a colocar, patea fuerte y arriba.



         Me lo contó mi abuelo. Yo no entendía. Bueno, no entiendo. Me cuenta historias, generalmente las repite pero igual siempre es lindo escucharlo.
         El otro día me contó que, cuando él era chico, llegó a ver algo de eso, de cómo era antes. Cómo era antes, ¿entendés? Cuando la gente no se comunicaba, cuando no había lo que hay ahora. Yo no entiendo cómo el viejo pudo vivir así. El viejo y mucha gente, claro, porque antes eran como ocho mil millones.

         No te quiero aburrir, estás cansado vos también. Pero esperá, no te duermas. ¡No te duermas que esto tenés que escucharlo! Me dijo que antes la gente no vivía como ahora. Parece que la medicina había avanzado tanto que llegaban a los ochenta o noventa, al menos donde vivía él; sus abuelos murieron a esa edad. ¡Algunos hasta los cien! Claro, de repente había mucha más gente. La tecnología, es decir lo que nosotros entendemos hoy como tecnología, para ellos era tener una pantallita de plástico en el bolsillo que les decía todo. Sí, claro, todo menos el olor del pasto; todo lo que era todo para ellos. No me entra en la cabeza, ¿cómo hacían? Me explicó cómo funcionaba, era algo rarísimo. De hecho él llegó a tener uno, hasta la guerra. Me dijo que fue la cuarta guerra mundial, que cuando California y Nueva York todavía eran el mismo país, antes de la división, la que terminó con todo esto. Se llamaba Estados Unidos. ¿No me creés? Me dijo que la gente iba por la calle con unos anteojos por los que hablaban con los otros, hacían las compras, programaban el despertador. El despertador, eso que sonaba a una hora para que uno se despertara. El viejo está loco, la verdad. Mirá, menos mal que estuvo esa guerra... Sí, es así, Europa era una zona riquísima y con un montón de ciudades. ¡Pero te lo digo en serio! ¿De qué te reís? Había varias ciudades. Él estuvo, fue con sus padres. No sé, habrá sido en el 2035, qué sé yo. Pero Estados Unidos (como se llamaba la unidad de California con Nueva York, qué nombre tan no nombre) tiró varias bombas atómicas - no sé, algo raro que rompía todo, algo de los átomos, hay que preguntarle al abuelo - y Rusia también, sí, esas bombas, y acá estamos. Las partes más ricas del mundo, plaf. Cómo habrá sido vivir en ese momento, televisor, telecomunicación. ¿Ya tendrían caballos? Seguro que no. Qué curiosidad, vivir en esa selva. En una de esas, hasta ni siquiera eran personas.


         ¿Te dormiste? Será posible, che.

viernes, febrero 07, 2014

Diecisiete andén





Estoy en Estocolmo. La estación de tren se llama Stockholms Centralstation, y tengo un pasaje de ida para ir a Gotemburgo.

Es lunes, dentro de un rato voy a querer cenar.

Igualmente, el viaje no es demasiado largo. La mochila es pesada y me cuesta maniobrarla, me siento a esperar en el andén.
Llega más gente, veo a una señora mayor. A mi alrededor nadie se inmuta, me paro y le dejo el lugar; la señora me dice algo que no entiendo y se sienta.

Miro el andén de enfrente, la plataforma dieciocho. Una chica que está sentada toma fotografías y me da la sensación de que está fotografiándome a mí.
Estúpidamente pienso si estaré presentable para la hipotética foto de una desconocida a la que no voy a volver a ver, nunca. De todas maneras no me alejo. Ella se ríe. Después fotografía a otra persona de su mismo andén. Deja la cámara reposando en su falda y mira hacia mi lado; al andén diecisiete. 
Creo que me mira a mí, no estoy seguro. Vuelve a reírse, quizás haciéndome cómplice de las fotos que saca sin que algunos se den cuenta. No es una turista, no está vestida como tal y tiene una cartera en lugar de una valija o mochila.
Yo todavía dudo si me mira a mí.

Muy cerca mío, escucho que alguien me dice:

- Ya sabemos quién es. Quédese tranquilo.

Inmediatamente me doy vuelta, tengo un hombre prácticamente sobre mí.

- Deje la mochila y salga de la estación. No trate de escapar.

Evidentemente se han confundido.

Respondo, pero el hombre no me escucha.  Insisto, pero él es claro.

Es argentino. Me habla desde hace un minuto y sólo ahora me doy cuenta.
Vuelve a ordenarme lo dicho y me informa que en el tren hay otros de los suyos con orden de eliminarme apenas baje.

Si dejo la mochila y voy con él, tendré la chance de un final honroso (me pregunto qué es un final honroso, qué final es honroso).
Suena la señal en todo el andén. La locomotora se acerca, encandilándonos. Mis iniciales planes de escapar van cada vez más despacio y finalmente se detienen, como los vagones del tren a los que sube el resto de los pasajeros.
Cuando quiero mirar a la chica que sacaba fotografías, como manera inútil de buscar ayuda, veo a otro hombre dentro del tren, que me mira.

Estoy seguro de que está tan confundido como el que me está apoyando un revolver en los riñones.